miércoles, 1 de octubre de 2008

Resiliencia, empatía y gobernabilidad

Resiliencia: es un conjunto de atributos y habilidades innatas para afrontar adecuadamente situaciones adversas, como factores estresantes y situaciones riesgosas.
En días pasados les comente que introduciría al blog artículos que al autor le parecen interesantes en los distintos campos razón de ser de este y de la necesaria consecución de esa nueva marca llamada PERÚ, aquí un articulo del Psicoanalista y profesor Doctor Jorge Bruce, quien a mi entender es una de las mentes mas lucidas para analizar este tipo de temas, de seguro nuestro país debe replantearse muchos pero muchos temas y estos tienen que ver directamente con algo mas que educación en todos sus niveles, hoy por la mañana un accidente en Lima dejo un policía muerto y otro SO con pronostico reservado, ambos habían encendido su sirena en señal de persecución de algún maleante o delincuente, pero se les cruzo una mujer en su camioneta....días atrás fui testigo personal de una ambulancia que en pleno paseo de la república -antes de llegar a Av. Angamos- se resignaba, si bien es cierto a una hora de mucho trafico en la ciudad, a que su paciente quizás no llegara a tiempo al hospital, porque en el carril izquierdo los autos no se movían a pesar de toda la bulla que hacia....qué nos esta pasando?, por ello y mas los dejo con Resiliencia, empatía y gobernabilidad; sobre esto último me recuerda a aquel piloto japones que estuvo de paso en dias pasados por Lima probando y promocionando un auto de ultima tecnologia híbrida de la Toyota, quien a la pregunta: Y qué le parece Lima?, contestó...es la ciudad en la cual existen mas rompemuelles de todo el mundo...la pregunta es: seguimos poniendo rompemuelles en todo Perú o mejor educamos y sancionamos al que incumpla después de ello; (es decir, con conocimiento de las consecuencias)...

La resiliencia, un concepto de la física, al migrar a las ciencias humanas se convirtió en: “La capacidad para tener logros, vivir y desarrollarse de manera socialmente aceptable, pese al estrés o a una adversidad que comportan normalmente el riesgo grave de una evolución negativa”. La definición es de Boris Cyrulnik, uno de los más importantes investigadores del fenómeno, quien estuvo hace poco en Lima. Como puede verse, es una idea portadora de esperanza, algo inusual en el mundo intelectual, que se siente más cómodo en un entorno pesimista. Es cierto que en el Perú la apuesta negativa resulta más rentable, a juzgar por lo que observamos en el comportamiento de buena parte de sus élites, lideradas por la única especie cuya extinción no es percibida como un peligro: los otorongos. Pero Cyrulnik, un psiquiatra y psicoanalista judío francés, cuya familia pereció en los campos de concentración y quien se salvó gracias a la ayuda de personas valientes y generosas –una de ellas es hoy la madrina de su hija– tiene fundados motivos para entender la vida de otra manera. Lo cual no lo ha relegado al contingente de los Deepak Chopra, aquellos vendedores de sebo de culebra que comercian con la urgencia tan humana de creer en algo que nos haga sentir menos desamparados. Por una razón muy sencilla: lejos de negar la dureza de la existencia, el francés parte de esta, explorando la extraordinaria capacidad del ser humano para sobreponerse y convertir la potencialidad traumática en una creativa o de utilidad social. De más está decir que para muchos peruanos la resiliencia es un instrumento de supervivencia y superación del sufrimiento tan necesario como el agua o el oxígeno. Precisamente porque somos un país en donde tanta gente siente a diario las punzadas del hambre y el frío, junto con las emociones que estas situaciones dramáticas conllevan –angustia, tristeza, rabia, desesperación, la lista no es limitativa– se requiere de nuestros gobernantes otra de las capacidades que Cyrulnik ha estudiado (en su libro De cuerpo y alma): la empatía. El autor la define como “una aptitud emocional para dejarse modificar por el mundo de otro, al cual uno se siente apegado”. El contrapunto de la empatía es la agresión, decía John Bowlby. Pero sobre todo, la carencia de empatía se caracteriza por la indiferencia o desprecio ante los sentimientos del otro. Eso que la congresista Alcorta ha sintetizado como no rindo cuentas porque “no me da la gana”. O el Presidente cuando ofende a los maestros, el ministro de salud a los médicos, el ministro Rey a los sindicalistas, etcétera. Esta actitud, lejos de fomentar la resiliencia, la traba. En vez de sentirse escuchados y comprendidos –es obvio que no se puede acceder a todos los requerimientos–, encuentran desapego y antagonismo. Lo cual exacerba los conflictos. Peor aún, cuando esto conduce a una respuesta violenta por parte de la población, se suele ceder. De este modo se ha configurado un patrón de relación entre gobernantes y gobernados en donde alternan disonancia, hostilidad y malentendido. Si el grupo se puede entender como la puesta en común de las imágenes y emociones de sus integrantes, es indispensable ponerse en contacto con las mismas en busca de la gobernabilidad. Así como el exceso de empatía conduce al masoquismo, su ausencia desemboca en el sadismo. Si esto es un problema agudo a escala individual, a nivel social es una amenaza para el futuro de la sociedad.
La resiliencia, un concepto de la física, al migrar a las ciencias humanas se convirtió en: “La capacidad para tener logros, vivir y desarrollarse de manera socialmente aceptable, pese al estrés o a una adversidad que comportan normalmente el riesgo grave de una evolución negativa”. La definición es de Boris Cyrulnik, uno de los más importantes investigadores del fenómeno, quien estuvo hace poco en Lima. Como puede verse, es una idea portadora de esperanza, algo inusual en el mundo intelectual, que se siente más cómodo en un entorno pesimista. Es cierto que en el Perú la apuesta negativa resulta más rentable, a juzgar por lo que observamos en el comportamiento de buena parte de sus élites, lideradas por la única especie cuya extinción no es percibida como un peligro: los otorongos. Pero Cyrulnik, un psiquiatra y psicoanalista judío francés, cuya familia pereció en los campos de concentración y quien se salvó gracias a la ayuda de personas valientes y generosas –una de ellas es hoy la madrina de su hija– tiene fundados motivos para entender la vida de otra manera. Lo cual no lo ha relegado al contingente de los Deepak Chopra, aquellos vendedores de sebo de culebra que comercian con la urgencia tan humana de creer en algo que nos haga sentir menos desamparados. Por una razón muy sencilla: lejos de negar la dureza de la existencia, el francés parte de esta, explorando la extraordinaria capacidad del ser humano para sobreponerse y convertir la potencialidad traumática en una creativa o de utilidad social.
De más está decir que para muchos peruanos la resiliencia es un instrumento de supervivencia y superación del sufrimiento tan necesario como el agua o el oxígeno. Precisamente porque somos un país en donde tanta gente siente a diario las punzadas del hambre y el frío, junto con las emociones que estas situaciones dramáticas conllevan –angustia, tristeza, rabia, desesperación, la lista no es limitativa– se requiere de nuestros gobernantes otra de las capacidades que Cyrulnik ha estudiado (en su libro De cuerpo y alma): la empatía. El autor la define como “una aptitud emocional para dejarse modificar por el mundo de otro, al cual uno se siente apegado”. El contrapunto de la empatía es la agresión, decía John Bowlby. Pero sobre todo, la carencia de empatía se caracteriza por la indiferencia o desprecio ante los sentimientos del otro. Eso que la congresista Alcorta ha sintetizado como no rindo cuentas porque “no me da la gana”. O el Presidente cuando ofende a los maestros, el ministro de salud a los médicos, el ministro Rey a los sindicalistas, etcétera. Esta actitud, lejos de fomentar la resiliencia, la traba. En vez de sentirse escuchados y comprendidos –es obvio que no se puede acceder a todos los requerimientos–, encuentran desapego y antagonismo. Lo cual exacerba los conflictos. Peor aún, cuando esto conduce a una respuesta violenta por parte de la población, se suele ceder.
De este modo se ha configurado un patrón de relación entre gobernantes y gobernados en donde alternan disonancia, hostilidad y malentendido. Si el grupo se puede entender como la puesta en común de las imágenes y emociones de sus integrantes, es indispensable ponerse en contacto con las mismas en busca de la gobernabilidad. Así como el exceso de empatía conduce al masoquismo, su ausencia desemboca en el sadismo. Si esto es un problema agudo a escala individual, a nivel social es una amenaza para el futuro de la sociedad.
Diario Perú21/domingo 28/09/08 por Jorge Bruce.

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