El siguiente considero es un importante articulo escrito por Nelson Manrique (diario Perú21), en el cual esboza un interesante análisis sobre los antecedentes de la ultima crisis financiera, la cual afecta al globo (el ultimo fin de semana los europeos aun no se ponían de acuerdo a quien o quienes les tirarían salvavidas), el cual enfoca desde un aspecto socioeconómico.
Algunos lectores les sorprende mi insistencia sobre la crisis de los EE.UU., pero su desenlace va a tener una influencia decisiva sobre lo que va a suceder en nuestro país durante los próximos años. Más allá de los debates sobre cómo encarar la crisis en marcha, una cosa que llama enormemente la atención es la forma como la impunidad de los de arriba se ha convertido en sentido común, en Estados Unidos y en el mundo.
A cualquiera que cometa una estafa por mil dólares lo mandan a la cárcel por delincuente, pero quienes han perpetrado la mayor estafa planetaria de las últimas décadas, por billones de dólares, provocando una crisis mundial que compromete a millones de personas, aparentemente están por encima de toda sospecha; no hay delito ni responsabilidades penales de por medio. Seguramente si alguien reclama sanciones para los responsables, ya se encontrarán agentes de tercer orden a quienes enviar a prisión, para que aprendan a no dejar huellas.
Pero la cuestión no queda aquí; cuando se discutía el 'rescate’ de los bancos en trance de quebrar, una de las mayores preocupaciones de los parlamentarios norteamericanos era qué mecanismos de seguridad podían incorporarse para evitar que los salvados les sacaran (otra vez) la vuelta, utilizando los capitales destinados a salvarlos en nuevas maniobras especulativas. Como que es difícil salvar a un ladrón atrapado en un incendio cuando este amenaza con llevarse tu cartera en cuanto te descuides.
Más allá de los actos inmorales cometidos, esto tiene que ver con un debate de fondo sobre la naturaleza del capitalismo. Los neoliberales sostienen ahora que el colapso de la economía mundial no ha sido causado por el mercado dejado a su libre curso sino por “errores en la regulación”, que permitieron que sobre los créditos inmobiliarios se creara la burbuja financiera cuyo estallido ha mandado a la economía mundial al hoyo. En el fondo, se trata de una manera velada de reconocer que el mercado no puede autorregularse y que finalmente es necesaria la intervención del Estado, tanto para asegurar que los intereses individuales no van a destruir el sistema, cuanto porque la concentración de la riqueza no va a eliminar la competencia (a través de la creación de monopolios) y a llevar la desigualdad social a límites que comprometan la existencia misma del sistema. La contradicción fundamental que el mercado no puede resolver es la que existe entre el interés público y los intereses privados. El interés particular de hacer utilidades termina imponiéndose sobre el interés general de preservar el sistema. Lenin, que aparentemente sabía del asunto, decía que la burguesía era capaz de vender hasta la soga con la que iban a ahorcarla.
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